Identidad 21

La Revolución de mayo de 1810 ¿el inicio de la grieta argentina?

Escrito por Universidad Siglo 21 | Jun 26, 2025 4:39:21 PM

Celebramos doscientos catorce años del inicio de la Revolución de Mayo y el comienzo de un proceso revolucionario que duró al menos una década de guerra y grietas.

En esa Primera Junta de Gobierno, se expresaban dos proyectos políticos divergentes, una idea moderada, de autonomía dentro de la monarquía española y una línea radicalizada, que planteaba la independencia absoluta.

En ese momento, Buenos Aires era la capital del Virreinato del Río de la Plata, creado en 1776, en el marco de las llamadas reformas borbónicas y formaba parte de la monarquía católica española. En el plano internacional, para 1808, Napoleón Bonaparte invadía España, apresaba al rey Fernando VII y ungía en el poder a su hermano José Bonaparte (alias Pepe Botella, por su afición a las bebidas espirituosas).

En el ideario jurídico-político del Antiguo Régimen, Dios le daba la soberanía al pueblo y éste, por un pacto, decidía otorgársela al Rey. Por ello, ausente o preso el rey, había una retroversión de la soberanía al pueblo. Así, en todo el territorio español comenzaron a nacer Juntas que repudiaban al invasor francés y que gobernarían en nombre de Fernando VII hasta que éste fuese restituido en el trono.

Todas las Juntas de los pueblos se agruparon en la Junta Central de Sevilla (los americanos estaban allí muy escasamente representados), que cayó a comienzos de 1810 ante el avance del temible —y hasta entonces invencible— ejército napoleónico. Ya no quedaba ninguna autoridad española en la metrópoli.

Cuando llegaron a América del Sur las noticias de la caída de la Junta Central de Sevilla, comenzaron a formarse los primeros gobiernos patrios. Así, casi contemporáneamente —a medida que arribaban los barcos con la novedad— se establecieron Juntas en Bogotá, Caracas, Santiago de Chile, Buenos Aires, entre otras ciudades.

Ahora bien, en Buenos Aires debemos dar cuenta de un antecedente clave e insoslayable: las Invasiones Inglesas.

En 1806-1807, Inglaterra, ávida de nuevos mercados donde colocar los productos fabricados en su pujante Revolución Industrial, invadió la capital del Virreinato del Río de la Plata. Su dominio solo duró cuarenta días.

Liderados por Santiago de Liniers, los criollos (también pardos y morenos) se organizaron en milicias y expulsaron al poderoso ejército inglés comandado por Guillermo Carr Beresford. Poco después, defendieron con uñas, dientes y todo lo que tenían a mano para rechazar la segunda invasión, encabezada por John Whitelocke.

Las invasiones inglesas dejaron varias enseñanzas y un legado muy importante: la autoconciencia del poderío de los porteños, la importancia de los sectores populares urbanos (“el bajo pueblo”), y la falta de legitimidad de las autoridades virreinales. Recordemos que, ante la llegada de los ingleses, el virrey Rafael de Sobremonte —siguiendo estrictos protocolos— huyó a la provincia de Córdoba con el Tesoro Real.

Las causas de la Revolución son múltiples: el contexto internacional, el creciente malestar criollo por las reformas borbónicas, el descontento de los sectores subalternos agobiados por nuevos impuestos, y la tensión entre comerciantes españoles y los que pedían libre comercio.

Basta recordar el levantamiento de Túpac Amaru de 1780, brutalmente aplastado, que terminó con el líder indígena destrozado por cuatro caballos.

La Semana de Mayo

Alrededor del 17 de mayo llegaron las noticias de la caída de la Junta Central en Sevilla. Días después, presionado por una movilización popular liderada por Domingo French y Antonio Beruti, el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros convocó a un Cabildo Abierto para el 22 de mayo, donde debería definirse si continuaba en el cargo.

El debate fue largo y arduo: algunos cabildantes sostenían que los americanos debían obediencia a España. Otros reclamaban la soberanía para Buenos Aires.

La votación, ya en la madrugada del 23, fue una paliza: 162 votos por la destitución de Cisneros y 62 por su continuidad. En un acto de gatopardismo (es decir, cambiar algo para que nada cambie), Cisneros intentó conformar una Junta presidida por él mismo, lo que provocó una gran indignación popular. Manuel Belgrano, enardecido, planteó tomar las armas para expulsar al Virrey.

El 24, Cisneros renunció, y el 25 de mayo se conformó la Primera Junta de Gobierno. Ésta expresó nuevamente la grieta: por un lado, la idea moderada, liderada por Cornelio Saavedra, y por el otro, la línea radicalizada, liderada por el secretario Mariano Moreno, influenciado por la Revolución Francesa.

Moreno —junto a Belgrano y Juan José Castelli (“el orador de la Revolución”)— planteaba la independencia absoluta. Así afirmaba Moreno: como no hubo consentimiento en el momento en que se produjo la conquista española, era preciso romper los vínculos con la metrópoli.

Una de las tareas prioritarias de esa Primera Junta fue lograr el reconocimiento de su autoridad ante los pueblos que integraban el ex Virreinato del Río de la Plata (que hoy corresponde a Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay). También, claro, la guerra contra los realistas (partidarios del Rey), que fue, en definitiva, la que permitió la supervivencia de la Revolución.

Pero esa ya es otra historia.