General
* Por Mgter. Andrés Pallaro, Director del Observatorio del Futuro de Universidad Siglo 21.
Emular capacidades cognitivas de seres humanos a través de tecnologías es un desafío que la ciencia impulsa desde mediados del Siglo 20. Si muchos aspectos de la inteligencia podían describirse con precisión, sistemas y artefactos combinados serían capaces de emularlos con eficacia. El Siglo 21 hizo realidad estas proyecciones y la Inteligencia artificial está entre nosotros, cada vez con más amplitud y profundidad.
Cuando buscamos información o compramos productos en la Web, realizamos gestiones de servicios, recibimos contenidos personalizados o los traducimos, receptamos ayuda de asistentes virtuales o nos beneficiamos con diagnósticos de salud más rápidos y precisos. Cuando todo eso sucede, aplicaciones de IA están haciendo su aporte de valor. Todos los datos que generamos pueden ser recolectados, procesados y relacionados a través de modelos matemáticos que configuran máquinas de predecir comportamientos o fenómenos en todos los órdenes de nuestras vidas.
Apropiarse del océano de datos que generamos para entender mejor el mundo, resolver nuevos problemas, recortar desperdicios, personalizar soluciones y tomar mejores decisiones, hacen que la IA se promueva como la electricidad del Siglo 21.
Hasta dónde puede llegar esta capacidad de las máquinas para emularnos es la gran cuestión. La IA general, capaz de competir con el ser humano en toda su dimensión parece lejana, aunque no imposible.
El sesgo hacia lo negativo de nuestra psicología (Pinker), nos inclina a esperar lo peor. Aunque los malos pronósticos tienen respaldo. Hay impactos asimétricos propios de la transición (como en toda innovación tecnológica), malas implementaciones de IA que descuidan su esencia complementaria a la labor humana y atracción cultural por las distopías futuristas (Bradbury, Orwell, Huxley y otros).
Esta vez en serio, un fantasma recorre el mundo. El fantasma del fin del trabajo humano a causa del avance de la IA.
Aún (y quizás, mas aún) en este difícil tiempo de Pandemia, podemos hacer un esfuerzo de elevar la mirada y advertir que la larga marcha de la Humanidad por mejorar la calidad y dignidad del trabajo humano podría encontrar en la IA una nueva oportunidad de salto hacia adelante. El trabajo humano no responde a una esencia estática, se recrea constantemente. Las innovaciones tecnológicas siempre han generado, superadas las turbulencias iniciales, más oportunidades que pérdidas. Puede que esta vez el desafío sea mayor, pero de ninguna manera es inevitable un oscuro destino. Darle forma a nuestra virtuosa y eterna complementariedad con las tecnologías sigue siendo la gran apuesta.
Si logramos que la IA pueda tomar a su cargo todo lo que hace mejor que nosotros a partir de su ilimitada capacidad de procesar y relacionar información, podemos concentrar nuestras energías en preservar y potenciar las habilidades humanas más difíciles de copiar, como manejar incertidumbres, interpretar contextos, estructurar todo lo no estructurado, gestionar emociones y crear experiencias. La IA puede ser la plataforma para acercarnos al sueño eterno de trabajar con más significado, menos esfuerzo y mejor remunerados.
Cinco ejes de acción nos permitirán capturar semejante oportunidad a gran escala:
Esto no sucederá de forma automática. Sin decisiones propias de la creciente corriente del capitalismo consciente, será imposible. Combinar lo mejor de los humanos y las máquinas será el resultado de un despliegue de la IA con fluidez. Y puede hacerse de forma inclusiva, impulsando a personas de sectores más vulnerables y menos remunerados a un futuro de mejores trabajos. Cuidar, enseñar, monitorear, vender, atender, limpiar, cocinar, etc., seguirán siendo actividades que las máquinas no podrán hacer solas y que nosotros podremos hacer mucho mejor en danza con ellas.