Desperdicio de alimentos: cuando el cambio empieza por casa

5 de septiembre de 2022

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Por Gerardo Gasparutti, Director de la Licenciatura en Nutrición y Licenciatura en Tecnología de Alimentos de Universidad Siglo 21

Imaginemos dos gigantes estadios de fútbol como los que tenemos en nuestro país. Ahora hagamos el ejercicio de pensarlos llenos de alimentos: eso es lo que se desperdicia por año solamente en América Latina. Traducido a números, las estadísticas indican que aproximadamente el 30 % de la comida que se produce no se consume. Esta problemática es multicausal y se asocia a distintas prácticas ineficientes en los distintos puntos de la cadena agroalimentaria.

En Argentina, el desperdicio se acerca a los 16 millones de kg. por año y la mayoría se genera en los comercios minoristas y en los hogares; estos dos últimos eslabones están involucrados en la mitad del despilfarro. En el segmento de frutas y hortalizas, esa cifra asciende a más del 40%. Concretamente, esto significa que por cada kilo de frutas o verduras que se produce, casi la mitad termina en la basura.

De la reflexión a la acción

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la ONU establece 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). El ODS 12 plantea la necesidad de garantizar una producción y un consumo sostenible. Esto consiste en hacer más y mejor con menos. Dentro de este objetivo, la meta 12.3 busca reducir a la mitad el desperdicio mundial de alimentos per cápita a nivel de los minoristas y los consumidores, y es aquí donde el consumidor se torna imprescindible para ayudar al cumplimiento de esta meta. En este sentido, es importante aclarar la diferencia entre pérdida y desperdicio, aunque parezcan sinónimos. Con pérdidas hacemos referencia a las que ocurren en los eslabones iniciales de la cadena, mientras que los desperdicios son los descartes de comida durante el suministro, comercialización y consumo en el hogar.

Si bien las metas definidas en la Agenda 2030 están un poco lejos de ser alcanzadas, cada país ha puesto en funcionamiento distintas herramientas para cumplirlas. En nuestro caso, el Ministerio de Agricultura Ganadería y Pesca realizó en 2015 el primer ejercicio de estimación de la Pérdida y Desperdicio de Alimentos (PDA) para comprender el alcance de este problema. El cálculo estimó un volumen total de alimentos que representa el 12,5% de la producción agroalimentaria nacional, siendo las frutas y las hortalizas los productos que tienen mayor porcentaje de PDA. Es así que en el año 2019 este ministerio reglamentó el Plan Nacional de Reducción de Pérdidas y Desperdicios de Alimentos que tiene por objeto la reducción a través del empoderamiento y movilización de los productores, distribuidores, consumidores y asociaciones civiles. Este otorga además especial relevancia a la atención de las necesidades básicas alimentarias de la población en condiciones de vulnerabilidad. El plan sirvió, entre muchas otras cosas, para poder generar datos concretos y poder emprender acciones al respecto.

En consonancia, y para aportar más datos que contribuyan a la solución, el proyecto de investigación de Universidad Siglo 21 Desperdicios de frutas y hortalizas en comercios minoristas (verdulerías) de la Ciudad de Córdoba. Análisis y caracterización en pos de un sistema alimentario sostenible lleva a cabo actualmente un estudio donde se observó que en los comercios se desperdicia el 13% de las frutas y hortalizas y se evidenció que las principales causas de fueron: exceso de maduración y lesiones o cambios en la apariencia.

Con respecto al destino del desperdicio, el 95% de los comercios encuestados lo dispusieron como basura/residuo. Solo el 5% realizó una donación/distribución de las frutas y hortalizas que no fueron vendidas, aunque estas eran aptas para el consumo. Estos datos nos alertan y sobre todo nos hacen un llamado de atención como consumidores ya que, de manera casi inconsciente al momento de comprar, optamos por aquellos productos que presentan un buen aspecto en detrimento de aquellos otros que tienen golpes, protuberancias y que no representan la perfección.

Educación alimentaria, la principal herramienta

La vorágine con la que vivimos y desarrollamos nuestro día a día nos lleva muchas veces a la falta de un cuestionamiento profundo sobre nuestros hábitos. Los datos indican que los hogares son los responsables de más de la mitad del desperdicio de alimentos por lo que la responsabilidad de abordar este problema incurre principalmente en nuestras acciones individuales. Es momento de empezar a repensar la manera en la que todos actuamos y las consecuencias de esas acciones.

Primero, pensarnos como consumidores conscientes, lo que significa comprometernos con el cuidado de las personas y el ambiente, entendiendo que la comida representa un valor y que tiene un impacto en el medio ambiente y en nuestra salud; pero también como consumidores inteligentes, comprando de manera local, consumiendo verduras y frutas de estación, aprendiendo a utilizar todas las partes de los vegetales cuando cocinamos, incluidas las cáscaras que en muchos casos descartamos cuando son comestibles.

Ser un consumidor inteligente implica también tomar conciencia a la hora comprar: se debe tener en cuenta que los estándares estéticos impuestos por la sociedad son en muchos casos los causantes de que los primeros eslabones de la cadena se vean obligados a descartar gran cantidad de alimento porque no cumplen con los requisitos de forma, color y tamaño buscado. Es momento de seguir trabajando para lograr cambios que nos acerquen a las metas establecidas, pero para eso el cambio primero empieza por casa.

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