Jugar aprendiendo y aprender jugando. Reflexiones desde la perspectiva psicopedagógica
13 de diciembre de 2021
- Por Mg. Mariana Etchegorry – docente de Posgrado en Siglo 21
La psicopedagogía es una profesión de origen reciente, que hoy se encuentra interpelada por los contextos actuales. Podríamos decir que constituye otro de los “oficios del lazo” ya que trabaja con sujetos, y son los vínculos los que configuran maneras particulares de acompañar desde su propia especificidad disciplinar. En ese sentido es importante señalar, que encontramos cierto consenso en considerar que los psicopedagogos y psicopedagogas se ocupan del sujeto en situación de aprendizaje, no solo desde el punto de vista del problema/dificultad de aprendizaje; sino desde la promoción del aprender a lo largo de todas las etapas de la vida. En el presente texto, nos proponemos compartir el lugar que ocupa el jugar en relación al aprender y de allí su valor como objeto de análisis psicopedagógico, en el marco de la enseñanza.
En primer lugar, compartimos la importancia de proponer una reflexión en torno al uso de los verbos jugar y aprender, en tanto la sustantivación no permite dimensionar la importancia de constituirse en acciones del sujeto. De allí, un primer aspecto que refiere a la dimensión que cobra lo subjetivo, en tanto se configuran modos únicos y originales de desplegar las acciones, por lo cual como en toda actividad del sujeto, podemos reconocer la dimensión subjetiva y también la dimensión cognoscente, social e incluso de la corporeidad. Como expresó ya hace tiempo Sara Paín (1974), el cuerpo es mucho más que el organismo, se encuentra transversalizado por deseo, inteligencia y nos pone en relación con otros y con el mundo de los objetos. En consecuencia, nuestras acciones, como jugar y aprender, son en cierta forma hologramática de la compleja trama que nos constituye.
Entonces, podemos afirmar que jugar y aprender son acciones mediante las cuales los sujetos, a partir de sus propias posibilidades, recrean el mundo y se apropian del mismo a partir de la interacción. El jugar imprime un carácter lúdico a las acciones y constituye lo que autores como Winnicott (1993) denominaron un espacio transicional, que no es mundo interno, pero tampoco externo, un “lugar simbólico” donde es posible distanciarse de los otros, pero a la vez ubicarlos a partir de cierta representación para constituir un “espacio - tiempo” de confianza y creatividad. Es por esto que reconocemos en el jugar, el disfrute que es propio de identificar las propias posibilidades, en tanto actividad fundamentalmente asimilativa permite experienciar desde los propios esquemas de conocimiento y allí su relación con el aprender. Aprender jugando otorga al aprendizaje un plus de placer en tanto subjetiviza la apropiación del mundo; pero también se produce a partir de cierto equilibrio en la interacción con el mundo entre las posibilidades del sujeto, y las exigencias de los objetos y los otros, que poseen lógicas de cuya comprensión depende la mencionada apropiación. En consecuencia, coincidimos con la propuesta piagetiana al afirmar, que aprendemos en tanto logramos sucesivos niveles de adaptación, siempre móvil y en continua búsqueda de nuevas equilibraciones.
Reconocemos entonces en ambas actividades, cómo el sujeto pone en juego todo su ser (inteligencia, deseo, social y cuerpo) en una dinámica que, si bien implica un esfuerzo, también posibilita el disfrute. No obstante, hemos explicitado algunos aspectos generales, es necesario hacer algunas diferenciaciones en torno a la particularidad de la relación entre aprender y jugar en cada una de las edades de la vida. Sin ánimos de agotar esos modos diferenciados, que adquieren diferentes relieves en las juventudes, adulteces e incluso en las adulteces mayores; vamos a realizar una puntualización más general entre los tiempos de la infancia en los cuales el jugar pareciera estar naturalizado y los tiempos, a partir de la adolescencia, en los que el juego ocupa un “no lugar”, muchas veces ligado a experiencias de ocio o el deporte e incluso a un “no hacer nada”.
Podemos decir que jugar es la forma natural de aprender durante los primeros momentos de la vida. Un niño o niña que juega y “pone en juego” la capacidad para explorar, inventar, imaginar, crear y recrear e integrar sus acciones; es un niño o niña que aprende sanamente. Jugar es para niños y niñas, un derecho inalienable, justamente porque promueve la salud integral. La observación N° 17 del comité de los derechos del niño establece en forma contundente la relación entre jugar y aprender cuando expresa que el juego es esencial para la salud y promueve la creatividad, la imaginación y la confianza en sí mismo. Agrega al respecto que el juego contribuye “a todos los aspectos del aprendizaje; son una forma de participar en la vida cotidiana y tienen un valor intrínseco para los niños, por el disfrute y el placer que causan”. Promueve el desarrollo integral especialmente en la primera infancia, y afirma finalmente que a través del juego “los niños aprenden en la práctica, exploran y perciben el mundo que los rodea, experimentan con nuevas ideas, papeles y experiencias y, de esta forma, aprenden a entender y construir su posición social en el mundo” (p.331). La cuota de placer y creatividad es la que promueve un aprender saludable, por lo cual no solo jugando se aprende, sino que aprender jugando asegura una experiencia enriquecida en todas las edades de la vida.
En general, desde la juventud pareciera que nos desencontramos con el jugar, que jugar se trata de una actividad de “niños y niñas”, y esto ocurre hasta que empezamos a jugar. Queriendo o sin querer las intervenciones en espacios lúdicos son los que promueven en todos los ámbitos de la sociedad y la cultura la novedad. No vamos a referirnos a algunos espacios en donde pareciera desplegarse el jugar en forma obvia aunque no siempre relacionada con el aprender, sino particularmente a aquellos en los cuales el jugar pareciera ser un imposible.
El arte es una expresión que a través del color, la música, las palabras evidencia su carácter lúdico, o el deporte en el que resulta evidente; sino que también en otros espacios es posible reconocer la potencia del jugar para aprender. Cada vez que exploramos un texto, le preguntamos, lo cuestionamos, lo interpelamos y desplegamos para aprenderlo cierta lúdica que nos permite apropiarnos de las ideas del autor. De alguna manera, construimos ese espacio simbólico en el que entre el mundo externo (el texto) y el mundo interno (ideas previas, los esquemas del sujeto) se puede desplegar un diálogo, imaginativo y recreativo. Por supuesto, que para jugar, es necesario “poner el cuerpo” y para eso la experiencia de aprender que se basa en el jugar, permite una vivencia desde los sentidos que le imprime el carácter de inédito. Podemos afirmar entonces que, aprender jugando permite que la experiencia, en términos de “eso que nos pasa” Larrosa (2002), acontezca.
Los docentes universitarios reflexionamos en forma permanente en torno a las dimensiones que se evidencian en el jugar y el aprender, y la potencia que se genera entre estas acciones. Cómo propiciar esa lúdica en entornos en donde “lo serio y formal” del contexto pareciera no posibilitar la experiencia de juego como válida. Cabe destacar que no se trata de incluir juegos descontextualizados, sino de promover sentidos en torno al juego que posibiliten el aprender, respetando para esto algunos puntos como son la elección libre y voluntaria del jugador, o los acuerdos necesarios en la construcción del juego.
Actualmente, reconociendo el valor del jugar para aprender, hay dos perspectivas interesantes. Por un lado, la gamificación, que se trata de agregar componentes lúdicos o mecánicas de juego a los espacios de enseñanza (de allí gamificar), y por otro lado el aprendizaje basado en juego, en el cual se trata de proponer juegos en el marco de la enseñanza para que los sujetos aprendan. Estas propuestas incluso comenzaron a ganar terreno en el campo laboral entre muchos otros. Frente a estas un primer riesgo, el juego que se transforma en instrumento o herramienta, deja de ser juego.
Jugar es una actividad que no tiene fin en sí misma, como ya expresaban los autores por lo cual es necesario redefinir el lugar que ocupa en la propuesta y que está evidenciado en las posiciones de jugador. Lo importante, más allá de las propuestas en sí, es reconocer el valor del juego a partir del jugar que despliegan los sujetos, y ponerlo en diálogo con el modo de aprender particular de cada uno. Es decir, como toda propuesta requiere ser pensada y organizada a partir de las necesidades identificadas del grupo o sujetos para construir una intervención profesional, es decir una praxis con sentido que promueva la transformación.
Licenciatura en Psicopedagogía, nueva carrera en Siglo 21
La Universidad la lanzó formalmente en una importante ampliación de la oferta académica de grado y posgrado, ya que desde 2022 se suman 18 nuevos programas que incluyen propuestas únicas en el país.
Referencias bibliográficas
Larrosa, J. (2002). Experiencia y pasión. En Entre las lenguas. Lenguaje y educación después de Babel (págs. 165-178). Laertes.
Paín, S. (1974). Diagnóstico y tratamiento de los problemas de aprendizaje. Nueva Visión.
UNICEF (s/r) Observaciones generales del Comité de los Derechos del Niño. Consultado en: https://www.unicef.org/UNICEF-ObservacionesGeneralesDelComiteDeLosDerechosDelNino-WEB.pdf
Winnicott, D. (1993). Realidad y juego. Gedisa.