La calidad del futuro depende de la amplitud del liderazgo
20 de agosto de 2021
Un alto grado de inteligencia emocional, a partir de la cual se logra el autodominio, la empatía y la atracción para construir equipos es uno de los rasgos característicos de los dirigente que pueden cambiar el mundo.
- Por el Mgter. Andrés Pallaro, Director Observatorio del Futuro de Universidad Siglo 21 | Publicada por Infobae.
En su monumental biografía Tierra Prometida, Barack Obama relata momentos y episodios que lo hacían transitar por emociones contrapuestas mientras ocupaba el trabajo más poderoso del planeta: por un lado, optimismo y esperanza por todo lo que se podía transformar haciendo del mundo un lugar mejor para las personas. Por otro, las dolorosas limitaciones y obstáculos para avanzar con la velocidad y la eficacia que los problemas siempre parecían requerir.
En su monumental biografía Tierra Prometida, Barack Obama relata momentos y episodios que lo hacían transitar por emociones contrapuestas mientras ocupaba el trabajo más poderoso del planeta: por un lado, optimismo y esperanza por todo lo que se podía transformar haciendo del mundo un lugar mejor para las personas. Por otro, las dolorosas limitaciones y obstáculos para avanzar con la velocidad y la eficacia que los problemas siempre parecían requerir.
Uno de los más elocuentes de aquellos momentos sucedió en marzo de 2010. Luego de muchos intentos diplomáticos fallidos para recrear condiciones de paz en el polvorín de Medio Oriente, el Gobierno de Estados Unidos (EEUU) logró congregar en una cordial cena en la Casa Blanca a Bibi Netanyahu (Primer Ministro de Israel), Mahmud Abás (Primer Ministro de Palestina), Hosni Mubarak (Presidente egipcio) y Abdalá (Rey de Jordania). Comparte sin reservas Obama el impulso de esperanza luego de aquel convite, cuando líderes tan distintos pudieron coincidir en generosas visiones de futuro y la necesidad de no seguir sometiendo a sus pueblos a implacables ráfagas de conflicto y resignación, por más argumentos históricos y ajustes de cuentas pendientes que pudieran tener.
Pero a los pocos días, disputas y diálogos cortados volvieron a ser la norma en esa vibrante región del mundo. Los estadistas de aquella noche de concordia volvían a estar atrapados en las restricciones de las circunstancias, adoleciendo de la determinación necesaria para trascender las verdades parciales que representaban y las zonas de confort donde tan bien sabían moverse sin arriesgar cuotas de poder y adhesiones de sus públicos más ortodoxos.
“Volviendo la vista atrás, a veces pienso en cómo afectan las características particulares de los líderes al devenir de la historia, en sí los que ascendemos al poder somos meros conductos para las corrientes profundas e inexorables de los tiempos o si al menos somos en parte artífices de lo que está por venir. Me pregunto si nuestras inseguridades y esperanzas, nuestros traumas de infancia o nuestros recuerdos de bondad inesperada poseen tanta fuerza como cualquier cambio tecnológico o tendencia socioeconómica”, relata con inusual humildad el ex Presidente Obama y su interrogante configura el centro de nuestra reflexión: es la calidad de los líderes la que hace la gran diferencia en la construcción real de alguno de los futuros que a priori emergen como posibles en los asuntos humanos.
La literatura abunda en contenido acerca de grandes líderes de la historia que fueron capaces de moldear acontecimientos e inclinar las avenidas que construyen futuro hacia direcciones determinadas, como Gandhi, Churchill, San Martín, Mandela o Luther King. Y claramente sobresale la condición de líderes heroicos de todos ellos. Pero son muchos más los que, a pesar de sus buenas cualidades e intenciones, no lograron convertirse en artífices del futuro. Más allá de estos contrastes, lo más relevante es considerar que en las últimas décadas el fenómeno del liderazgo se ha expandido y diversificado. Ya no se trata sólo de esos líderes extraordinarios que nos regala la Humanidad cada tanto sino de la reproducción de líderes de distintas escalas, a partir de las crecientes evidencias de que los atributos que los definen pueden aprenderse y desarrollarse, y de la diversidad de temáticas y problemas que necesitamos resolver para abrir nuevas posibilidades de bienestar y progreso en todas las dimensiones de nuestras vidas.
Por ello resuena especialmente aquella gran pregunta de Obama acerca del margen de acción e impacto real de los líderes de cara a la construcción del futuro. Es el marco de liderazgos amplificados, fabricados por la educación y las experiencias en el terreno y distribuidos en todos los ámbitos sin esperar nominaciones de autoridad formal, lo que inclina cada vez más la balanza hacia las posibilidades de que muchos de ellos sean artífices en mayor medida que gestores de los acontecimientos. Con Daniel Goleman hemos aprendido que la característica común de los líderes, en cualquiera de sus tipologías, es su alto grado de inteligencia emocional, a partir de la cual se logra el autodominio, la empatía y la atracción para construir equipos. Y crecen las evidencias de que cuando ello habita en cabeza de una o más personas, los recursos se multiplican, las energías se potencian, las resistencias a cambiar ceden y aparecen resultados aún en contextos y tendencias adversas.
Es el caso de Toty Flores, forjando la cultura del trabajo del futuro a través de Cooperativa La Juanita durante más de dos décadas en el epicentro del país estancado en reclamos y subsidios como es La Matanza; o el de Mery Lunge, creadora de la empresa Moconá Maderas y la Fundación Universitaria de Oficios a través de la cual se forman miles de personas para llevarlos a la dignidad de vivir de sus trabajos; el de Gustavo Rossi, líder del Sindicato Uecara del Interior que se anima a plantear la necesidad de nuevos paradigmas en la dirigencia sindical y asumir el desafío de preparar a los trabajadores para los empleos más tecnológicos del futuro; mirando al Norte, el caso de Lina Hidalgo, Directora Ejecutiva del Condado más grande de Texas (Harris), de origen colombiano y quien con sólo 30 años está revolucionando las maneras de gobierno local con una inusual combinación de progresismo y eficacia; o a escala más global aún, el caso de Stephanie Bancel, CEO y fundador de Moderna Therapeutics, compañía novel de Biotech que fue capaz de ofrecer en tiempo récord vacunas contra Covid 19 basadas en la nueva tecnología de ARN mensajero y promete al mundo 1.500 millones de dosis disponibles para 2022.
Vivimos en tiempos apasionantes y de complejas transformaciones. Tiempos de la Cuarta y Quinta revolución tecnológica; de Pandemias globales con propagación y variantes súper veloces; de globalización de las personas y el capital intangible; de las inteligencias múltiples y habilidades blandas como fuente de mejores trabajos y progreso; de las enormes expectativas acerca de los problemas que biotecnología e inteligencia artificial nos permitirán resolver y, al mismo tiempo, de los dilemas éticos que las mismas nos obligan a transitar; de actividades sociales y productivas en acelerada transformación ante la ubicuidad digital; de las renovadas opciones para lograr sentido y propósito en la vida terrenal (religiones, terapias, técnicas de bienestar, misiones, energías, etc.); de las comunidades locales desafiadas a repensarse a la luz de nuevos abordajes de diversidad, inclusión y emprendimientos; de la crisis climática en la cuenta regresiva hacia el tan mentado punto de no retorno; de enormes fuentes de innovación y creación de valor conviviendo con brechas crecientes de desigualdad mientras emerge la promesa de las nuevas economías y el triple impacto.
Todas ellas verdaderas ventanas de oportunidad donde miles de líderes despliegan talentos y coraje para transformar realidades y generar resultados a partir de esa magnética condición capaz de ofrecer visiones de futuro y congregar detrás de ellas voluntades, equipos y recursos que las hacen verosímiles.
Esta secuencia de líderes en expansión, en todas las latitudes, escalas y ámbitos se enfrenta al gran desafío histórico: lograr la mayor amplitud y eficacia posibles para alcanzar realizaciones exitosas de cara a un futuro que a priori se visualiza como radicalmente distinto a todo lo conocido, de acuerdo a la velocidad y profundidad del cambio tecnológico. Evitar un futuro distópico y aprovechar todo lo que somos capaces de crear para llevar la Humanidad al mayor nivel de bienestar y progreso generalizado de toda la historia, es en gran medida la misión del liderazgo globalmente considerado.
Es un desafío mayúsculo, pero viable. Hace más de 2000 años ya Sócrates en sus diálogos nos daba pistas del impacto del liderazgo para forjar futuro. Comenzando con la entrañable mayéutica, como el arte de ayudar a otros a parir sus propias experiencias de aprendizaje. En definitiva, cada líder es como un gran partero en sus ámbitos de actuación. Un partero de futuro que, como los diálogos socráticos reflejaban, es capaz siempre de escuchar otras voces y convocar a los que saben más que el, comprender el valor e impacto de sus palabras en los demás, tomar decisiones racionales y ejecutarlas con obstinada pasión, remar cuando vienen los vientos en contra y actuar siempre con ejemplaridad (aún en riesgo de vida, Sócrates se niega a escaparse ante su injusta condena a muerte, pues ello hubiera invalidado gran parte de su prédica).
Adam Grant, psicólogo organizacional de Wharton y autor de varios bestsellers, sintetiza con brillantez: “La primera regla del liderazgo: ponga su misión por encima de su ego. La segunda regla del liderazgo: si no te preocupas por tu gente, a ellos no les importará tu misión. La tercera regla del liderazgo: si alguien tiene que decirte las dos primeras reglas, aún no estás listo para liderar”. Con líderes en potencia cada día más listos para liderar, un futuro de alta calidad, prosperidad y bienestar nos espera.