Jugar aprendiendo y aprender jugando. Reflexiones desde la perspectiva psicopedagógica
Por Mg. Mariana Etchegorry – docente de Posgrado en Siglo 21
La psicopedagogía es una profesión de origen reciente, que hoy se encuentra interpelada por los contextos actuales. Podríamos decir que constituye otro de los “oficios del lazo” ya que trabaja con sujetos, y son los vínculos los que configuran maneras particulares de acompañar desde su propia especificidad disciplinar. En ese sentido es importante señalar, que encontramos cierto consenso en considerar que los psicopedagogos y psicopedagogas se ocupan del sujeto en situación de aprendizaje, no solo desde el punto de vista del problema/dificultad de aprendizaje; sino desde la promoción del aprender a lo largo de todas las etapas de la vida. En el presente texto, nos proponemos compartir el lugar que ocupa el jugar en relación al aprender y de allí su valor como objeto de análisis psicopedagógico, en el marco de la enseñanza.
En primer lugar, compartimos la importancia de proponer una reflexión en torno al uso de los verbos jugar y aprender, en tanto la sustantivación no permite dimensionar la importancia de constituirse en acciones del sujeto. De allí, un primer aspecto que refiere a la dimensión que cobra lo subjetivo, en tanto se configuran modos únicos y originales de desplegar las acciones, por lo cual como en toda actividad del sujeto, podemos reconocer la dimensión subjetiva, y también la dimensión cognoscente, social e incluso de la corporeidad. Como expresó ya hace tiempo Sara Paín (1974), el cuerpo es mucho más que el organismo, se encuentra transversalizado por deseo, inteligencia y nos pone en relación con otros y con el mundo de los objetos.
Entonces, podemos afirmar que jugar y aprender son acciones mediante las cuales los sujetos, a partir de sus propias posibilidades, recrean el mundo y se apropian del mismo a partir de la interacción. El jugar imprime un carácter lúdico a las acciones y constituye lo que autores como Winnicott (1993) denominaron un espacio transicional, que no es mundo interno, pero tampoco externo, un “lugar simbólico” donde es posible distanciarse de los otros, pero a la vez ubicarlos a partir de cierta representación para constituir un “espacio - tiempo” de confianza y creatividad.
Aprender jugando otorga al aprendizaje un plus de placer en tanto subjetiviza la apropiación del mundo. Coincidimos con la propuesta piagetiana al afirmar, que aprendemos en tanto logramos sucesivos niveles de adaptación, siempre móvil y en continua búsqueda de nuevas equilibraciones.
Reconocemos entonces en ambas actividades, cómo el sujeto pone en juego todo su ser (inteligencia, deseo, social y cuerpo) en una dinámica que, si bien implica un esfuerzo, también posibilita el disfrute. Es necesario hacer algunas diferenciaciones en torno a la particularidad de la relación entre aprender y jugar en cada una de las edades de la vida.
Podemos decir que jugar es la forma natural de aprender durante los primeros momentos de la vida. Un niño o niña que juega y “pone en juego” la capacidad para explorar, inventar, imaginar, crear y recrear e integrar sus acciones; es un niño o niña que aprende sanamente. Jugar es para niños y niñas, un derecho inalienable, justamente porque promueve la salud integral.
La observación N° 17 del comité de los derechos del niño establece en forma contundente la relación entre jugar y aprender cuando expresa que el juego es esencial para la salud y promueve la creatividad, la imaginación y la confianza en sí mismo.
La cuota de placer y creatividad es la que promueve un aprender saludable, por lo cual no solo jugando se aprende, sino que aprender jugando asegura una experiencia enriquecida en todas las edades de la vida.
El arte, el deporte, el texto, el cuerpo, los sentidos, lo inédito... todo puede ser lúdico y significativo si se pone en relación con el aprender.
Actualmente, reconociendo el valor del jugar para aprender, hay dos perspectivas interesantes: la gamificación y el aprendizaje basado en juego. Frente a estas, un primer riesgo: el juego que se transforma en instrumento deja de ser juego.
Jugar es una actividad sin fin en sí misma, lo importante es reconocer el valor del juego a partir del jugar que despliegan los sujetos, y ponerlo en diálogo con el modo de aprender particular de cada uno.
Una praxis con sentido que promueva la transformación.