Vestirse para existir (también en el metaverso)
Por Mercedes García Sogo y Ana María Cubeiro
Desde tiempos inmemoriales, el acto de vestirse ha sido mucho más que cubrir el cuerpo. La vestimenta ha funcionado como símbolo, lenguaje, identidad y poder.
Las túnicas en la Grecia clásica, los tocados del antiguo Egipto, los ponchos del altiplano andino o los trajes de samurái en Japón no eran solo funcionales: decían algo sobre la persona que los usaba. La forma de vestir siempre reflejó un tiempo, un lugar, una cultura. Y también una forma de ser en el mundo.
Pero ¿qué pasa cuando la realidad física se extiende en los entornos digitales? ¿Qué ocurre cuando interactuamos mediante avatares y nuestras prendas están conformadas por píxeles? ¿Vestirse sigue siendo un acto social? ¿O se convierte en un acto lúdico abierto a nuevos imaginarios?
En plena expansión del ciberespacio, con metaversos, realidades aumentadas y redes sociales que modifican nuestra imagen con un clic, una nueva dimensión de la moda emerge: la moda digital. No es un simple accesorio de la tecnología, sino un fenómeno cultural que plantea preguntas sobre cómo nos representamos y cómo puede llegar a transformarse nuestra concepción sobre los cuerpos en el mundo virtual.
Vestir en el metaverso: el lenguaje de la moda cambia de código
Para explorar este fenómeno, un equipo de investigación de Universidad Siglo 21 y la Universidad Provincial de Córdoba analizó, a nivel formal y conceptual, 65 piezas de moda digital: desde prendas diseñadas por marcas como Balenciaga, Nike y Gucci, hasta propuestas de artistas independientes difundidas en redes sociales como Instagram o comercializadas como NFTs en plataformas como OpenSea o DressX.
El estudio tuvo como objetivo comprender críticamente la moda digital, analizando la naturaleza de sus producciones en relación con la moda física.
Lejos de ser una simple digitalización del diseño de indumentaria, la moda digital es un universo nuevo. Se trata de prendas que no existen en el mundo real: no abrigan, no pesan, no se lavan. Pero tienen textura, color, volumen y, sobre todo, narrativa. Se lucen en redes sociales, se usan en videojuegos, se compran como NFTs o se prueban en realidad aumentada.
Algunas simulan telas brillantes o sintéticas; otras fusionan morfologías humanas con estructuras robóticas o criaturas mitológicas. Hay vestidos que flotan, trajes imposibles y avatares que caminan por escenarios futuristas. El resultado es una combinación de moda, arte y ciencia ficción.
Moda digital: ¿libertad creativa o nuevas formas de control?
Lo interesante —y también inquietante— es que, pese a las posibilidades infinitas del entorno virtual, muchas de estas creaciones siguen reproduciendo cánones de belleza tradicionales: cuerpos delgados, jóvenes, blancos, mayoritariamente femeninos. La promesa de libertad encuentra sus límites en lo que aprendimos a considerar “deseable”.
Tal como revela la investigación, aunque aparecen propuestas más experimentales, la mayoría de las piezas analizadas responden a los mismos mandatos estéticos del mundo físico. Incluso en el metaverso, la belleza hegemónica se impone.
Esto plantea una pregunta incómoda: ¿estamos usando la tecnología para expandir nuestras posibilidades o para repetir, con nuevos brillos, las mismas normas?
¿Moda para todos?